Mi manifiesto ATEO

 





Por: Sandra García


Debido a los penosos acontecimientos que vivimos entre Israel y Palestina y ad portas a una guerra a mayor escala, muchos creyentes hoy en día dudan acerca de su religión-creencia y sobre la existencia o lo que debería ser Dios, cuestión que hace temblar al Statu Quo religioso que trata de desviar la mirada del tema.

Aunque los hechos que vivimos son políticos, tienen su tinte religioso: Las palabras del primer ministro Israel Benjamín Nethanyahu y su sádica venganza sobre Palestina, el Estado Islámico con sus grupos extremistas que atormenta mujeres y retoma pueblos cristianos como el Armenio, Ucrania y su violencia entre cristianos y cristianos ortodoxos, Latinoamérica evangélicos y cristianos desean incluir leyes bíblicas en las constituciones, son ejemplos de cómo las creencias religiosas han desatado y desatan los peores escenarios posibles para la humanidad, lejos de la unidad, el amor y la paz que tanto predican.

La dogmatización infantil alimenta el odio y enciende el fanatismo generacional, situación que comprendo perfectamente y con la cuál empiezo mi historia en el ateísmo.

Mi educación fue privada y religiosa, me críe entre santos, misas, oraciones, vírgenes y milagros. Me enseñaron a imitar a María desde los cuatro años, virtudes que toda mujer debería tener, crecí creyendo en ángeles, demonios y castigos. La sumisión femenina y sus labores si deseaba formar una “familia ejemplar”, sentía que si me portaba bien tocaría el cielo.

De adolescente la fantasía se fue diluyendo, casi me rechazan en secundaria por ser hija de madre soltera, perdoné la fe y seguí con mi esperanza, quería ser misionera y ayudar a las personas más vulnerables, mis descansos los dedicaba a la biblioteca, leyendo sobre la vida de los santos y los concilios vaticanos. Para alivio de mi familia me rechazaron del noviciado pues me había postulado a los 14 años, mi fe y mi conocimiento religioso era amplio y machista.

Me involucré cada vez más en el convento, hasta que aterricé con la oscura verdad del clasismo sistemático que allí se vivía, las monjas humildes ocupaban puestos de servicio, mientras las monjas adineradas ocupaban rectorías y puestos de oficina, duro despertar para una joven que al igual que Cristo veía a todos como iguales.

Llegaron las clases de historia con sus guerras mundiales, que me quedaron cortas pues tenía muchas dudas, ver fotografías del holocausto en un libro me hizo dudar si esa gente conocía a mi Dios, con el tiempo me enteré que curas católicos bendijeron armas nazis. La filosofía chocaba bruscamente con las clases de religión. Recuerdo el momento exacto en que empecé a buscar al Dios verdadero, fue en clase de dogmatización infantil, perdón religión, cuando discutía con una monja sobre lo injusto que era que Dios mandara al infierno a un niño hindú solo porque nunca conoció su existencia, la discusión terminó con lo que más les gusta a los creyentes: LA CENSURA

Nietzsche llega con su frase “Dios no existe”, me cuestioné como alguien podía llegar a ese punto tan bajo de dudar de la existencia de Dios, mientras el mío se desvanecía entre los que merecían o no el cielo, empecé a buscarlo en cada religión, incluso en el taoísmo. En mi afán de demostrar que Dios era bueno y no existían infieles me senté a la leer partes de la Biblia que me faltaban, entre ellas el apocalipsis, terrible resultado por primera vez pensé “Dios no existe”. La culpa dogmática me perseguía, “Perdóname Dios por pensar que no existes”, “no me castigues”, “no quise decir eso”.



Me declaré atea por primera vez a los 15 años, mis compañeras me delataron y vino la presión creyente, citas con el capellán y la psicóloga semanales acompañada de vigilancia extrema para que no fuera a difundir mis perversas ideas, chantaje con mi graduación y humillación pública, típico del amor cristiano.

La presión continuó de joven y adulta, utilicé el agnosticismo para tratar de acoplarme o la menos quedar en un punto medio, reiki, energías, piedras y feng shui, espiritualidad energética que me duro solo un año. La maternidad vino a mi vida y con ello la presión de la mayoría creyente, debes volver a la religión para ser buena madre, cómo vas criar a un hijo sin religión, qué valores le vas a inculcar. La presión me llevó a bautizar a mi hijo y mi creencia obligada duró 3 años.

Toda mi vida he soportado continuamente el ataque de aquellos que dicen seres de luz, de amor que comprenden al prójimo, hasta el día de hoy recibo comentarios de gente que me conoce y no me conoce presionando para que acepte que su Dios existe, para que me calle, para que no critique pues yo soy la equivocada, presión que me obligó a escribir esta columna. Así de recalcitrantes son los creyentes que dicen que con “amor” evangelizan o te asesinan como lo han hecho con miles de ateos a lo largo de la historia.

Este es mi Manifiesto como Atea: Me rehusó a someterme a su presión, me rehusó a creer en Dios sea el que sea, el mundo no necesita más dioses, necesita seres humanos, ahora que he superado el dogmatismo infantil no pienso volver a él y por primera vez hago lo que muchos ateos evitan, un llamado. Llamo a todas las personas que estén cansadas de la presión religiosa a expresar libremente su ateísmo, no es un camino fácil, pero es un camino altamente satisfactorio, porque como le dije al capellán a mis 15 años “Si Dios existiera me castigaría más por ser una hipócrita y aparentar que creo en él, que por negarlo”.

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