Colombia y su “amor” tóxico
Durante este mes de Julio el silencio se convirtió en mi refugio, mi soporte ante la “irrealidad” colombiana. Las palabras se esfumaron, se desvanecieron ante los repetidos acontecimientos sin lógica, sin razón, sin ética, sin estética, que suceden en este país; son sucesos que nos someten a un bucle de dolor y sufrimiento sin escapatoria. Esa triste sensación como si viviéramos el mismo doloroso día de todos los días.
Hay desdén, hay tedio, hay tristeza, mucha tristeza por la realidad tóxica en la que estamos sumergidos, esta amarga realidad que no nos permite escapar de la violencia sistemática del poder y nos presenta como única salida “sana” el silencio, la indiferencia, el hastío.
Es cierto que debemos tomar el valor o el coraje para tratar de salir -o escapar- de esta noria a la que estamos atados, de este ciclo sin sentido. Pero, ¿cómo?
La relación de Colombia con quienes manejan el poder está en modo tóxico, precisamente. La toxicidad se presenta en cualquier tipo de relación y se expresa en el aprovechamiento y la manipulación por parte de uno de sus integrantes, generando desigualdad, donde la víctima es vulnerable y sufre algún tipo de dependencia.
Las conductas tóxicas por parte del poder colombiano son más que evidentes.
Menosprecio y denigración: el caso de la vicepresidente Martha Lucía y sus interlocuciones clasistas.
Intimidación y control: Las Fuerzas Armadas espiando a la oposición y las fuerzas policiales arremetiendo con fuerza bruta ante la protesta ciudadana.
Inducción de culpa: el subpresidente Iván Duque culpando al pueblo por las aglomeraciones en su decretado “día sin IVA”, en plena pandemia.
No tener en cuenta al otro: Un país donde se silencia a la oposición y se asesina al líder social, en racha genocida.
Actitud utilitarista: La corrupción electoral expresada en compra de votos, desde la Guajira hacia el sur de la geografía nacional. Una hora diaria metido el monigote de Uribe en todos los hogares, convencido de que así mejora su deteriorada imagen.
Actitud abusiva, posesiva y/o controladora: Ex presidente Uribe, alias “Matarife”, en su nocivo aferramiento al poder, así se lleve al país por delante.
Si somos conscientes de esta situación, ¿qué nos hace dependientes como pueblo? En las relaciones afectivas la victima quiere sentir reconocimiento frente a su pareja, tiene miedo a la soledad y la falta de amor propio le hace sentir que jamás la amarán de la misma manera, así ese amor le implique aceptar violencia contra sí misma. Tal vez de un modo no muy lejano, el pueblo como víctima ha desarrollado su propia dependencia emocional del poder patriarcal, lucha por un reconocimiento, tiene miedo al cambio y lo desconocido, acepta sumiso un gobierno guerrerista, humillante y cruel. En su imaginario no puede existir otra manera de sociedad, un estado de “vida” en el que la muerte y el abuso no estén incluidas.
Tal vez el pueblo colombiano tiene miedo de reconocer su propia grandeza y asumir las consecuencias que implica derrotar -o derrocar, o confrontar- un mal gobierno. Seguimos atados al tóxico “amor” de una democracia inexistente, que nos condena, nos humilla, que nos somete a una violencia cíclica, atropellando constantemente nuestra dignidad e incluso causándonos la muerte.
Colombia necesita ayuda psicológica.
*Columna escrita para El Unicornio
Justicia, obra de la pintora antioqueña Débora Arango (1907 – 20025).
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